La música tiene la capacidad de conmover, inspirar y conectar a las personas a un nivel profundo. Como intérpretes, nuestro papel va más allá de la técnica, somos mediadores entre la obra y el oyente. Pero, ¿Qué hace que una interpretación sea realmente conmovedora?
Desde los primeros años de formación, los músicos dedicamos innumerables horas al dominio técnico de nuestro instrumento. La digitación, el ritmo, la afinación y la articulación son fundamentales, pero si la interpretación carece de emoción, se vuelve plana y predecible. La expresividad es el puente que permite que una melodía cobre vida y resuene en quien la escucha.
La emoción en la interpretación no surge únicamente del conocimiento teórico de la música y/o de la partitura en sí, sino de la capacidad del músico para interiorizar y transmitir el mensaje del compositor y su obra. Esto implica entender el contexto histórico y estilístico de la pieza, pero también explorar su propio mundo interior. Un intérprete que experimenta y canaliza sus emociones a través de la música genera una conexión genuina con el público.
Un claro ejemplo de esto es cuando un mismo pasaje musical, interpretado por distintos músicos, puede generar sensaciones completamente diferentes. Algunos pueden evocar melancolía, otros esperanza, y todo depende de la intención comunicativa del intérprete y el estado receptivo del oyente. La música, al igual que el lenguaje, tiene matices, inflexiones y pausas que influyen en su significado.
Además, la emoción en la interpretación no solo se percibe en la música en sí, sino también en la presencia escénica del músico. La postura, la respiración, la mirada y los gestos (comunicación no verbal) influyen en la manera en que el público recibe el mensaje musical. Una interpretación auténtica no es solo audible, sino también visible.
La espontaneidad, la energía del momento y la interacción con la audiencia crean un instante irrepetible, donde la música deja de ser solo sonido para convertirse en un acontecimiento.
Por eso, como intérpretes, es esencial recordar que nuestra tarea no es solo ejecutar notas, sino contar historias, despertar emociones y crear momentos que perduren en la memoria del oyente. La música es emoción en estado puro, y nosotros, como músicos, tenemos el privilegio y la responsabilidad de transmitirla de tal forma que convierta cada interpretación en una experiencia única e irrepetible.
Jesús Alcívar