Cuando pensamos en Mozart, Beethoven o Bach, solemos imaginar genios aclamados desde el primer compás. Íconos intocables cuyo talento les abrió las puertas del éxito sin resistencia. Pero la realidad fue muy distinta. Muchos de los músicos clásicos que hoy veneramos enfrentaron, en su tiempo, incomprensión, pobreza, enfermedad y hasta indiferencia total.
Tomemos el caso de Mozart: en 1777, su padre organizó una ambiciosa gira a París con la esperanza de asegurarle un puesto prestigioso. Sin embargo, la realidad fue otra. Mozart no solo no consiguió empleo, sino que perdió a su madre durante el viaje y vio cómo su música no encajaba con los gustos parisinos. Fue un fracaso artístico, personal y financiero.
Beethoven, por su parte, tuvo que reinventarse tras quedarse sordo. ¿Cómo continúa componiendo un músico que ya no puede oír? Lo hizo. Su novena sinfonía, una de las más universales de todos los tiempos, fue compuesta en completo silencio interior.
Schubert murió a los 31 años sin haber sido reconocido por el gran público. Bach fue visto como un compositor anticuado en su época. Berlioz y Mahler fueron rechazados o ignorados por la crítica y las instituciones de su tiempo.
¿Y entonces? ¿Por qué seguimos hablando de ellos hoy?
Porque persistieron. Porque su convicción en lo que hacían era más fuerte que la duda externa. Porque su propósito no dependía del aplauso inmediato, sino de ser fieles a una visión, a una idea, a una búsqueda.
Este patrón se repite en otros campos: científicos que fueron ridiculizados antes de cambiar el mundo; escritores que recibieron rechazo tras rechazo antes de ser publicados; emprendedores que quebraron varias veces antes de acertar. Y también se repite hoy, en startups que todavía no convencen a los inversores, en profesionales que sienten que su trabajo aún no es visto ni valorado.
El talento es valioso, pero la persistencia y el sentido de propósito son lo que deja huella.
Quizás tú también estás pasando por un momento en que tu trabajo no es comprendido, tu esfuerzo parece invisible o tu propuesta no encaja con lo que "el mercado" espera.
Si es así, recuerda: no estás solo/a. Y estás en buena compañía. No todos los fracasos son el final. Algunos son simplemente parte del proceso de construir un legado.
Jesús Alcívar