En las artes escénicas, y de manera muy particular en la música, los intérpretes se enfrentan a un fenómeno que trasciende la simple anécdota psicológica, el miedo escénico. Este estado de activación intensa puede detonar respuestas fisiológicas y cognitivas que modifican radicalmente la percepción del entorno. Una de esas respuestas es lo que se conoce como Efecto Túnel o Visión Túnel.
El Efecto Túnel se describe como la reducción significativa del campo perceptivo. El ejecutante, bajo una situación que su organismo interpreta como amenaza, concentra su atención de manera casi exclusiva en un estímulo específico —por ejemplo, una partitura, un pasaje con evidente dificultad técnica, un error cometido, o incluso la mirada de un espectador— dejando en la penumbra otros elementos del contexto. Se trata de un mecanismo adaptativo profundamente arraigado en nuestra biología. Cuando el cuerpo activa el modo de “lucha o huida”, optimiza recursos enfocándolos en aquello que parece más crítico para la supervivencia.
Sin embargo, en la escena musical, esta respuesta puede resultar contraproducente. El músico que experimenta visión túnel puede perder la noción del conjunto, como por ejemplo: el balance sonoro, la comunicación corporal, el fraseo integral de la obra, entre otros aspectos importantes. De pronto, todo se reduce a un punto obsesivo que no permite disfrutar ni transmitir la experiencia artística.
Este fenómeno suele ir acompañado de síntomas físicos —palpitaciones, sudoración, tensión muscular— y de pensamientos intrusivos que refuerzan la idea de peligro inminente. El público, aunque no lo perciba de manera consciente, puede sentir una desconexión entre el intérprete y la música, una especie de “cortina invisible” que limita la expresividad.
Pero el Efecto Túnel no debe entenderse únicamente como enemigo. Reconocerlo puede ser el primer paso hacia una gestión más consciente del miedo escénico. Muchos músicos han aprendido a transformar esa hiperfocalización en una herramienta. Usándola para centrar la atención en la respiración, en un gesto técnico preciso o en un pasaje clave, para luego expandir nuevamente la conciencia hacia la totalidad del acto performativo.
La psicología de la interpretación musical ha desarrollado múltiples estrategias para contrarrestar la visión túnel: entrenamiento en mindfulness, técnicas de relajación, simulaciones de concierto (visualizaciones), ejercicios de exposición gradual al público, etc. Todas ellas buscan restablecer el equilibrio entre la atención focalizada y la atención periférica, de manera que el intérprete pueda sostener la tensión propia de la escena sin quedar atrapado en la sensación de peligro.
En última instancia, el reto para el músico no es eliminar por completo el miedo, sino aprender a dialogar con él. El Efecto Túnel es una señal de que el cuerpo está en alerta, preparado para responder. Convertir esa energía en impulso creativo, en lugar de un bloqueo, requiere autoconocimiento, práctica y, sobre todo, aceptación.
En este mundo donde se exalta la perfección técnica en cualquier campo, conviene recordar que el arte escénico es también vulnerabilidad compartida. Reconocerlo es aceptar nuestra condición humana, frágil, pero capaz de transformar el miedo en belleza.
Jesús Alcívar