Volver a leer los 70 consejos para jóvenes músicos de Robert Schumann es como abrir una carta escrita para nosotros desde otro tiempo. Y sin embargo, sus palabras resuenan con asombrosa vigencia. En un mundo donde las condiciones de la interpretación han cambiado radicalmente —plataformas digitales, grabaciones caseras, competencia global y algoritmos de visibilidad—, el espíritu que anima estos consejos sigue siendo profundamente necesario.
Schumann hablaba de la importancia de educar el oído. Educar el oído también implica aprender a escuchar más allá del sonido. Escuchar las intenciones del compositor, las del contexto alrededor de la obra y su interpretación, y por supuesto las nuestras. No basta con "ejecutar" las notas, hay que decir algo con ellas. Es necesario ir más allá de una practica "mecánica" donde trabajemos la expresividad, la imaginación y el gesto interno.
Tocar de forma precisa es esencial, pero también lo es tocar con conciencia. Conciencia de que una interpretación grabada se queda para siempre en internet. Conciencia de que nuestras decisiones estéticas también son decisiones éticas: ¿Qué repertorio programo? ¿Qué música promuevo? ¿Qué voces invisibilizadas puedo ayudar a amplificar con mi trabajo artístico?
Schumann recomendaba evitar las modas y buscar obras de valor duradero. Hoy, esto puede significar resistirse al algoritmo que nos empuja a versionar lo viral, para en su lugar construir una identidad musical genuina, con criterio propio. No significa ser ajeno a lo contemporáneo, sino abordarlo con profundidad, con respeto, y contexto.
Schumann se pronuncia también contra el culto a la dificultad técnica vacía. En la era del vídeo corto, de la demostración espectacular, este consejo es oro puro. El virtuosismo por sí solo no emociona, no transforma. Lo que toca el alma es la verdad detrás de una interpretación, no su complejidad.
Tocar en público, decía, es más doloroso que útil si no se hace con autenticidad. Hoy, esto se traduce en no medir el valor de nuestro arte por likes o visualizaciones, sino por su capacidad de conectar, de sanar, de provocar pensamiento y emoción. A veces, tocar para 5 personas con atención plena vale más que hacerlo para 5.000 que solo “pasan” por nuestra música.
También recomendaba leer partituras sin necesidad de tocarlas. Hoy podríamos ampliar eso a decir: leer, observar, reflexionar, y escuchar grabaciones con espíritu crítico. Participar en conversaciones artísticas, manteniendo viva nuestra curiosidad. No nos quedemos en la técnica, ni nos encerremos en el estudio. El músico del presente necesita sensibilidad plena, criterio y conciencia.
No se trata de copiar a Schumann, sino de traducir su sabiduría al lenguaje de nuestro tiempo. Quizá eso es lo que más falta nos hace, recordar que el arte no es un mero espectáculo, sino una forma profunda de estar en el mundo.
Jesús Alcívar