En un mundo tan interconectado como el nuestro, hablar de relativismo cultural y etnocentrismo no es un ejercicio académico, sino una necesidad ética y profesional para quienes nos dedicamos a la comunicación y al arte.
El relativismo cultural parte de una premisa sencilla pero poderosa: cada cultura debe ser comprendida desde sus propios valores, normas y contextos históricos. No se trata de justificar todo, sino de reconocer que nuestras ideas sobre lo que es “correcto”, “bello” o “elevado” no son universales. En cambio, el etnocentrismo —frecuente y muchas veces inconsciente— nos lleva a evaluar otras culturas desde los parámetros de la nuestra, asumiendo una supuesta superioridad moral, estética o intelectual.
Como comunicadores, ¿cuántas veces hemos reproducido estereotipos “exóticos” al hablar de lo diverso? ¿Cuántas veces, como artistas, nos hemos apropiado de símbolos o prácticas culturales sin comprender su significado profundo? ¿Cómo influye todo esto en la forma en que representamos a “los otros” en nuestras obras o discursos?
El relativismo cultural no propone una renuncia a nuestros valores, sino una apertura consciente a la complejidad del mundo. Es entender que la diversidad no es un obstáculo, sino una fuente infinita de conocimiento y creación. Para los profesionales del arte, esto se traduce en una oportunidad: la posibilidad de generar puentes entre realidades distintas, de trabajar desde la empatía, y de cuestionar nuestras propias estructuras mentales.
Ejercer la comunicación y el arte desde el relativismo cultural implica dejar de hablar “sobre” y empezar a hablar “con”. Escuchar. Investigar. Colaborar. Romper la lógica del centro y la periferia. Porque cuando una cultura se impone sobre las demás como modelo a seguir, no solo se limita la creatividad: se niegan otras formas de sentir, pensar y vivir.
No se trata de idealizar la diferencia, sino de asumir nuestra responsabilidad como mediadores culturales. En tiempos de tensiones identitarias, discursos de odio y apropiaciones superficiales, apostar por una mirada más plural, crítica y respetuosa es un acto de valentía profesional.
Recordemos: la cultura no es estática ni pura. Es dinámica, híbrida, viva. Y quienes trabajamos con ella tenemos el deber —y el privilegio— de tratarla con la profundidad que merece.
Jesús Alcívar