Ser artista es convivir con la paradoja de mostrar el alma sin certezas de cómo será recibida. Crear es exponerse. Cada obra, interpretación o proyecto lleva impreso algo más que técnica o disciplina: lleva el pulso íntimo de quien se atreve a poner en juego su sensibilidad. ¿Qué ocurre cuando esa exposición deja de ser un acto liberador para convertirse en una fuente de ansiedad o autoexigencia?
La vulnerabilidad, en el ámbito artístico, ha sido tradicionalmente asociada a la debilidad. Sin embargo, en tiempos donde la contemporaneidad prima lo inmediato y lo superficial, ser auténtico —con todo lo que eso implica— se ha vuelto un acto profundamente valiente. Mostrar fragilidad, duda o emoción sin filtro no solo es un gesto humano, sino también político-cultural. En un mundo que busca perfección, ofrecer verdad es un riesgo y un regalo.
La autenticidad se cultiva en el silencio, en el ensayo, en el error. Se nutre de preguntas sin respuestas. Pero el entorno —competitivo, precario, muchas veces deshumanizante— no siempre acompaña. Nos enfrentamos a la presión de rendir, de tener presencia constante, de justificar cada paso como si el valor del arte radicara únicamente en su visibilidad permanente.
He conocido artistas que esconden su trabajo por miedo a no estar "a la altura", o que modifican sus propuestas para hacerlas más "comerciales". No los juzgo: sobrevivir en el sector cultural no es tarea fácil. Pero me pregunto, con frecuencia, cómo podemos crear espacios donde la vulnerabilidad sea bienvenida y no penalizada; donde el error no sea un fracaso, sino una parte del proceso creativo.
Acompañar a un artista no es solo programarlo o difundir su obra: es también sostener su humanidad. Reconocer que detrás de cada concierto, exposición o publicación hay una persona que ha decidido mostrarse, aunque eso implique incomodidad, duda o miedo. Y eso merece respeto.
La gestión cultural también tiene una responsabilidad: no solo producir, sino cuidar. No solo planificar, sino escuchar. Tal vez una programación verdaderamente transformadora sea aquella que no solo ofrece calidad artística, sino también honestidad emocional.
Hoy escribo esto no como una certeza, sino como una reflexión abierta. Porque yo también habito esa vulnerabilidad: en cada ensayo, en cada escenario, en cada nota compartida.
¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que te mostraste de verdad?
Jesús Alcívar