Actualmente, en una dinámica marcada por la hiperconectividad y la digitalización de las experiencias, ha emergido con fuerza una figura clave, la del artista prosumidor. Un perfil que ya no se limita a producir obras para ser consumidas pasivamente, sino que transita entre la creación, la interpretación, la edición, la promoción y, cada vez más, la participación activa en redes y comunidades digitales.
El término "prosumidor", acuñado por Alvin Toffler en los años 80, se refería inicialmente al consumidor que también produce. En el ámbito artístico contemporáneo, este concepto ha adquirido nuevos matices. Hoy hablamos de músicos, actores, diseñadores, bailarines, escritores o performers que no solo crean obras, sino que gestionan sus propias plataformas, editan sus vídeos, diseñan sus estrategias de comunicación, interactúan con su audiencia y reinterpretan continuamente su identidad artística en función del contexto.
Este fenómeno ha sido impulsado por herramientas tecnológicas accesibles y potentes: redes sociales, software de edición, plataformas de streaming, inteligencia artificial generativa, entre otros. En este escenario, el artista ya no depende exclusivamente de intermediarios tradicionales para llegar al público. Se convierte en autoproductor de contenido y gestor de su propio relato, aunque esto implique una carga de trabajo y una exigencia de habilidades que desbordan la formación artística convencional.
Pero ser un artista prosumidor no significa simplemente autopromocionarse. Implica una actitud activa ante la creación y la circulación cultural, una conciencia crítica sobre los medios, una disposición a dialogar con las audiencias y una capacidad de adaptación constante. La línea entre emisor y receptor se diluye. Muchas veces, el artista es también público, curador, docente, community manager, editor, incluso activista.
Este perfil híbrido, si bien ofrece posibilidades inéditas de autonomía y visibilidad, también plantea desafíos: precarización, sobreexposición, dependencia del algoritmo, agobio digital. La sostenibilidad de las carreras artísticas en este entorno requiere nuevas estrategias de cooperación, formación transversal y políticas culturales que reconozcan esta transformación.
El artista prosumidor es, en definitiva, una figura clave para entender la comunicación cultural del siglo XXI. Un agente creativo que produce sentido en múltiples niveles, que transforma no solo el arte, sino también la forma en que lo vivimos, lo compartimos y lo comprendemos colectivamente.
¿Y tú? ¿Te identificas con esta figura? ¿Cómo vives la tensión entre la creación y la gestión digital de tu actividad artística?
Jesús Alcívar