Anaïs Nin nos dejó una frase que resuena como un eco íntimo en quien se ha detenido a mirar el mundo con ojos sinceros: “No vemos las cosas como son, sino como somos.” Y cuanto hay en esa breve oración. Porque no hay realidad objetiva sin un sujeto que la mire. No hay paisaje sin mirada. No hay música sin oído. No hay otro sin yo.
Cada quien vive su versión del mundo, tejida con hilos invisibles de infancia, heridas, alegrías, cultura, lenguaje, pasiones, miedos y traumas. No vemos el mismo azul, aunque miremos el mismo cielo. No escuchamos la misma melodía, aunque la oigamos juntos y suenen las mismas notas. Nuestra percepción es espejo, no ventana.
¿Y si lo que interpretamos como “realidad” fuera solo la suma de nuestras proyecciones? ¿Y si las opiniones que sostenemos con fuerza no fueran más que reflejos de quienes somos por dentro?
Cuando alguien nos habla, escuchamos más que sus palabras. Escuchamos nuestro juicio sobre sus palabras. Cuando observamos una obra de arte, la obra nos revela tanto como nosotros la revelamos a ella. Miramos con ojos cargados de historia, y sin saberlo, buscamos en lo externo una confirmación de lo interno.
En lo cotidiano, esta idea nos invita a la compasión. Cuando el otro reacciona de forma inesperada, tal vez no está viendo lo que tú ves; tal vez está viendo lo que es. En ese cruce de miradas desalineadas se dan muchos malentendidos. Quizás por eso nos cuesta tanto comunicarnos, porque suponemos que el otro está viendo lo mismo que nosotros, cuando en realidad está proyectando su propio mundo.
Esta frase también nos llama a la responsabilidad. Si todo lo que veo lleva el tinte de lo que soy, entonces vale la pena preguntarme: ¿Quién soy? ¿Desde dónde estoy mirando? ¿Con qué lentes me acerco al mundo, con miedo o con apertura, con juicio o con curiosidad?
En el arte, esta verdad es palpable. Un músico interpreta desde su biografía. Un actor encarna personajes desde su humanidad. Un escritor describe paisajes que tal vez nunca ha visto, pero que ha sentido. Y tú, lector o espectador, percibes desde lo que habita en ti. Por eso una misma obra puede conmover a uno, incomodar a otro y pasar desapercibida para un tercero.
En el contexto actual que a menudo exige certezas, reconocer que vemos “como somos” nos devuelve a la humildad del misterio. Nos recuerda que toda interpretación es una invitación al diálogo, no un punto final.
Ver como somos implica aceptar nuestras luces y nuestras sombras. Implica entender que a veces no es el mundo el que duele, sino la forma en que lo habitamos. Implica saber que si cambiamos por dentro, tal vez, solo tal vez, el mundo comience a verse distinto.
Y entonces, en lugar de buscar verdades absolutas, quizás podamos buscar encuentros. En lugar de defender nuestra mirada como única, tal vez podamos abrirnos a la de los otros. Y en ese espacio compartido sin convicciones arbitrarias, nazca algo más real. Un puente entre varios "mundos" posibles.
Jesús Alcívar