En el mundo de la interpretación y la ejecución artística —ya sea música, danza, teatro o cualquier otra disciplina escénica— solemos hablar de técnica, de disciplina, de talento e incluso de inspiración. Sin embargo, hay un aspecto que pocas veces recibe la atención que merece. El estado mental y fisiológico desde el cual se aborda la creación y la performance. Hoy quiero detenerme en un aspecto en particular, el estado Alfa.
Las ondas cerebrales Alfa, que se sitúan entre los 8 y 12 Hz, representan un estado de calma relajada y alerta a la vez. No es el sueño profundo, tampoco la hiperactividad mental del estado Beta. Es un umbral intermedio en el que el cerebro se encuentra relajado, enfocado y con una sensibilidad abierta hacia la experiencia. Para los intérpretes y ejecutantes, este estado es un terreno fértil. La mente está lo suficientemente tranquila como para no ser invadida por el ruido interno, y lo bastante despierta como para sostener la atención y la energía necesarias.
¿Por qué es tan importante esto? Porque todo intérprete conoce las dos grandes trampas del proceso creativo y de la performance: la sobreexcitación (que conduce a la tensión, al bloqueo, a la ansiedad escénica) y la dispersión mental (que desconecta del momento presente). El estado Alfa funciona como un puente, favorece la conexión con uno mismo, disminuye la interferencia de pensamientos intrusivos y, al mismo tiempo, potencia la capacidad de improvisar, fluir y dejar que la técnica se manifieste con naturalidad.
Desde el punto de vista de la preparación, trabajar en estado Alfa permite al intérprete entrar en contacto con una sensación de disponibilidad creativa. Los ejercicios de respiración profunda, la meditación breve, la visualización y, en algunos casos, la práctica consciente del silencio antes de la ejecución, ayudan a que el cerebro descienda de la hiperactividad Beta hacia ese umbral más sereno. Este “descenso” no es pasividad, es un reposicionamiento de la atención. Cuando el artista se coloca ahí, las ideas creativas emergen con mayor fluidez, la memoria se activa sin esfuerzo forzado y la sensación de confianza se amplifica.
Durante la performance, este estado se traduce en algo que muchos artistas describen como “estar dentro de la obra” o “sentir que la obra toca a través de uno”. La ejecución se convierte en experiencia vivida, en la que el intérprete puede percibir el pulso del público, ajustar con sensibilidad y sostener el presente sin fragmentarse. En Alfa, la técnica ya está integrada, no hay que forzarla, sino dejar que se exprese.
Este enfoque tiene implicaciones prácticas y también pedagógicas. Si en la formación de intérpretes se incluyeran rutinas específicas para favorecer el acceso al estado Alfa no solo mejoraríamos la calidad de la performance, sino también la experiencia subjetiva del artista. Menos ansiedad, más disfrute. Menos control rígido, más conexión genuina. Menos ruido mental, más presencia.
Al final, la interpretación artística no es solo “ejecutar” una obra, sino convertirse en canal de una experiencia. Y para que ese canal fluya, necesitamos más que técnica, necesitamos un estado interno que sostenga el equilibrio entre calma y energía. El estado Alfa no es un misterio reservado a unos pocos; es un recurso natural del cerebro humano. La invitación es clara, aprender a cultivarlo. Porque cuando un intérprete entra en Alfa, no solo mejora su performance, se abre también a una experiencia más plena, profunda y significativa de su propio arte.
Jesús Alcívar