“Primero pienso, luego existo.” Esta frase de René Descartes, tantas veces citada, no solo pertenece a la filosofía. También es una brújula silenciosa para quienes vivimos del arte. En el mundo del músico intérprete, del actor, del bailarín o del pintor, esta máxima puede tomar nuevos matices. Pensar es reconocerse, habitar el presente, y desde allí, existir con intención en cada nota, en cada trazo, en cada movimiento.
El arte interpretativo suele estar asociado a la emoción, a lo visceral. Pero antes del estallido expresivo, existe un instante crucial, el pensamiento. No como algo frío o técnico, sino como una presencia consciente. Pensar es preguntarse: ¿Qué quiero decir?, ¿desde dónde toco esto?, ¿Quién soy cuando habito esta música, esta escena, este cuerpo? El arte no es solo instinto, es intuición cultivada. Y eso requiere pensamiento.
Muchos músicos repiten obras miles de veces. Algunos las tocan igual, otros las transforman en cada ejecución. ¿La diferencia? El pensamiento detrás de la acción. Una ejecución sin conciencia puede ser precisa, pero vacía. En cambio, cuando el artista piensa, interpreta desde un lugar presente, honesto, cargado de sentido. No se trata solo de “hacerlo bien”, sino de hacerlo verdadero, auténtico y genuino.
Pensar también implica resistirse a la automatización. Vivimos en una época donde la velocidad, la productividad y la apariencia a menudo eclipsan la profundidad. Pero el arte real no nace del apuro. El pensamiento es una pausa activa, un acto de presencia. Y esa presencia es la materia prima de la autenticidad artística.
No se trata de intelectualizar cada gesto, sino de darle dirección. Pensar es también recordar por qué hacemos lo que hacemos, y para quién. Es preguntarse cómo lo vivido, lo sentido, lo aprendido, se manifiesta en nuestra quehacer artístico. Porque cada interpretación —musical o no— es un espejo de nuestro estado interno. Pensar es habitar la conciencia de ese reflejo, y decidir qué queremos mostrar.
Para el artista, existir no es simplemente estar en escena. Es sostener un acto de verdad. Y ese acto comienza con el pensamiento. No el pensamiento que interrumpe o paraliza, sino el que sostiene, guía, y da sentido. Es en ese instante donde la interpretación se vuelve experiencia compartida, y no solo exhibición.
“Primero pienso, luego existo” no es un llamado a la rigidez, sino a la conciencia. Pensar es encender la luz antes de caminar. Y para el artista, cada paso iluminado se transforma en una declaración de existencia. Una nota, una palabra, un silencio... todo cobra sentido cuando se piensa desde la verdad del ser.
Así, el escenario —sea cual sea su forma— se convierte en un territorio de presencia. No basta con estar, hay que saber por qué y para qué. Pensar, entonces, no es lo opuesto a sentir. Es, quizás, la forma más pura de comenzar a hacerlo con hondura. Porque en el arte, como en la vida, existir verdaderamente implica pensar(se).
Jesús Alcívar