En el transcurso de este año (2025), un proyecto europeo encabezado por la University for Continuing Education Krems y la European Union Youth Orchestra (EUYO) investiga cómo las orquestas operan como vectores culturales ante pandemias, conflictos de diversa índole, y el cambio climático. La tesis central: la música clásica funciona como una infraestructura social que aporta identidad, salud y diálogo intergeneracional.
Esa capacidad de cuidado se palpa en la investigación neurocientífica que la EUYO desarrolla con hospitales finlandeses: grabaciones inmersivas en 360° ayudan a la rehabilitación de personas con ictus o alzhéimer, confirmando que la música activa regiones cerebrales profundas y refuerza el bienestar colectivo que nace al compartir un concierto.
Pero convocar ese poder exige revisar el paradigma de audiencia. Marshall Marcus describe una estrategia tripartita—público actual, potencial y “no-público”—y formatos como The Night Shift, donde se permite entrar con bebida, conversar y circular libremente. El mensaje es doble: derribar barreras simbólicas sin descuidar a quienes ya están comprometidos.
La pandemia aceleró la revolución digital. En pleno confinamiento, más de cien jóvenes de la EUYO grabaron Ligeti y Adams desde treinta países; el resultado final "vistió" un museo vacío de Viena en el film A Visit to the Tower of Babel. Hoy abundan los directos gratuitos, la realidad virtual y hasta notas de programa redactadas por la IA.
La sostenibilidad ya es criterio estratégico. Redes como Orchester des Wandels inspiran a la EUYO a medir su huella; se ofrecen menús veganos y se componen piezas como The Uncertain Four Seasons, que imagina a Vivaldi en un planeta recalentado. Arte, ciencia y finanzas convergen para activar conciencias.
Lejos de oponer/contraponer tradición e innovación, Marcus propone tratarlas como caras de una misma moneda, igual que acceso y excelencia en El Sistema venezolano. Mantener un violín de 300 años mientras se ensayan formatos participativos amplía los significados de la música «clásica» sin diluir su identidad.
El reto de gestión se resume en tres frentes: financiación decreciente, competencia por la atención y capacidades digitales. El texto advierte que los directivos que adopten mentalidad emprendedora, alianzas intersectoriales (por ejemplo con salud, turismo o tecnología) y aprendizaje continuo, estarán un paso por delante; quienes dependan sólo de subsidios automáticos perderán relevancia.
En síntesis, la orquesta del siglo XXI ya no se define sólo por la excelencia interpretativa, es un laboratorio social, tecnológico y ambiental que une comunidades. Como gestores culturales o líderes de equipo, podemos y debemos impulsar estos enfoques para que la música siga siendo un motor con sentido en tiempos inciertos.
Jesús Alcívar