Socialmente, la verdad absoluta se manifiesta a menudo como un sistema de valores o normas que se perciben como inmutables y universales. Estos sistemas, que pueden estar codificados en leyes, religiones o tradiciones, actúan como el pegamento que mantiene unida a una comunidad. Su aceptación es crucial para la supervivencia y cohesión de la sociedad. Sin esta verdad compartida, el caos prevalecería...
Sin embargo, la historia nos enseña que estas verdades "absolutas" pueden ser maleables. Lo que una sociedad considera una verdad innegociable en un momento dado puede ser visto como una aberración moral en otro. Esto sugiere que la verdad absoluta en el ámbito social es, en realidad, una construcción social evolutiva, un consenso dinámico que se adapta a las cambiantes sensibilidades y necesidades colectivas. No es una verdad que reside fuera de la humanidad, sino una que es creada y recreada por ella.
En el terreno cultural, la verdad absoluta se entrelaza con el relativismo cultural. Diferentes culturas poseen narrativas y cosmovisiones que consideran verdaderas, y estas verdades a menudo entran en conflicto. Esta diversidad de "verdades" plantea una pregunta crucial: ¿Existe una única verdad que trascienda todas las culturas, o la verdad es intrínsecamente local y subjetiva?
El choque entre estas verdades culturales puede generar malentendidos e incluso conflictos. La noción de que "nuestra verdad es la única verdad" ha sido históricamente la justificación para innumerables formas de imposición cultural. Desde esta perspectiva, la búsqueda de la verdad absoluta puede ser peligrosa, ya que a menudo conduce a la intolerancia y la hegemonía. Por otro lado, la completa negación de una verdad compartida puede disolver la base para el diálogo y la cooperación intercultural, llevando a un aislamiento total.
Desde un punto de vista antropológico, la necesidad de una verdad absoluta es una característica intrínseca de la especie humana. El ser humano, busca activamente dar sentido al mundo que le rodea. Necesitamos narrativas coherentes y estables para orientar nuestras vidas, para dar un propósito a nuestra existencia y para mitigar el miedo a lo desconocido. Las religiones, los mitos y las ideologías son, en esencia, respuestas a esta necesidad. Proporcionan una verdad última que alivia la incertidumbre existencial. (sobre el origen del universo, el propósito de la vida o la naturaleza del bien y el mal, etc.).
Esta búsqueda no se limita al plano espiritual. En la ciencia, el objetivo es descubrir verdades empíricas y verificables que, aunque provisionales, se acercan a una comprensión objetiva de la realidad. Sin embargo, incluso aquí, la interpretación y la aplicación de estas verdades están mediadas por la cultura y la sociedad. La verdad antropológica, por lo tanto, no es tanto una verdad que se encuentra, sino una que se crea para vivir. Es una herramienta evolutiva que nos permite construir una realidad compartida y funcionar como una especie. Es la base de nuestra moralidad, de nuestras leyes, y de nuestra capacidad de colaborar en grandes grupos. La verdad absoluta, en este sentido, no es un destino, sino un impulso incesante que define quiénes somos.
En conclusión, la verdad absoluta, vista a través de las lentes social, cultural y antropológica, no es un concepto estático. Es un fenómeno dinámico y multifacético. Socialmente, es un consenso en constante cambio. Culturalmente, es un espectro de narrativas diversas. Y antropológicamente, es una necesidad fundamental de nuestra especie. En lugar de una verdad inmutable que está ahí fuera esperando a ser descubierta, es una construcción colectiva que moldea nuestras vidas y nos permite sobrevivir. La pregunta no es si existe, sino cómo la creamos, la compartimos y la utilizamos para dar sentido a nuestro mundo.
Jesús Alcívar