En cada concierto en vivo o grabación, el intérprete musical no solo ejecuta una partitura; traduce emociones, comunica estados internos y crea un entorno afectivo compartido con quien le escucha. Pero ¿Qué explica esta conexión profunda entre intérprete y oyente? Desde la psicología de las emociones, varias teorías arrojan luz sobre este fenómeno fascinante.
Teoría del contagio emocional
Según Hatfield, Cacioppo y Rapson (1994), los seres humanos tendemos a imitar inconscientemente las expresiones faciales, posturas y vocalizaciones de quienes observamos, lo que activa en nosotros las mismas emociones. En el contexto musical, los gestos corporales, la expresión facial y la intensidad interpretativa del músico pueden inducir emociones similares en el oyente, incluso sin mediar palabra.
Teoría de la evaluación cognitiva (appraisal)
Esta perspectiva, promovida por autores como Richard Lazarus y Klaus Scherer, plantea que las emociones surgen de la evaluación que hacemos de un estímulo en función de su relevancia para nuestros objetivos, creencias o valores. Un intérprete que logra transmitir intención emocional clara permite que el oyente realice esta evaluación más fácilmente. Por ejemplo, un pasaje ejecutado con tensión puede ser interpretado como amenaza o urgencia, mientras que uno ejecutado con dulzura puede ser evaluado como ternura o alivio.
Teoría constructivista de las emociones (emociones construidas)
Propuesta por Lisa Feldman Barrett, esta teoría sostiene que las emociones no son reacciones universales fijas, sino construcciones mentales basadas en experiencias pasadas, conceptos emocionales y contextos culturales. Aquí, el rol del intérprete es clave: su performance ofrece al oyente los elementos necesarios (tonalidad, timbre, ritmo, dinámica, expresión corporal) para que este construya su propia experiencia emocional, única y subjetiva.
Teoría de la simulación encarnada (embodied simulation)
Proveniente de la neurociencia, esta teoría sugiere que al observar acciones y emociones ajenas, activamos en nuestro cerebro sistemas similares a los que usaríamos si nosotros mismos las estuviéramos realizando. Cuando vemos a un intérprete entregarse emocionalmente al acto musical, activamos mecanismos neuronales que nos permiten "sentir con" esa interpretación. La música, así, se vuelve una experiencia empática.
En todos estos enfoques, el intérprete no es un mero ejecutante técnico, sino un agente emocional, un facilitador de experiencias que pueden trascender lo estético y tocar lo profundamente humano. Su capacidad para modular el fraseo, el ritmo, la energía corporal y la expresividad no solo impacta cómo suena la música, sino también cómo se siente.
En este mundo hiperconectado pero a menudo emocionalmente distante, el arte del intérprete musical sigue siendo una de las formas más poderosas de conexión auténtica entre seres humanos. La emoción viaja a través del sonido, pero se encarna en la presencia.
Jesús Alcívar