En el mundo de la interpretación musical, solemos asociar el progreso únicamente con la cantidad de horas que pasamos practicando de manera intensa y concentrada. Creemos que si nos enfocamos lo suficiente, si repetimos los mismos pasajes decenas de veces sin parar, lograremos dominar la obra. Sin embargo, la neurociencia del aprendizaje nos ofrece una perspectiva distinta al respecto. Alternar entre el pensamiento centrado y el pensamiento difuso potencia el desarrollo musical de manera sorprendente.
El pensamiento centrado es el modo de atención focalizada, analítica y lineal. Es ese estado en el que nos sumergimos en un pasaje complicado, revisamos la digitación, corregimos la afinación, analizamos la estructura de la obra o lección, y atendemos minuciosamente a cada detalle. Este estado es imprescindible para construir precisión técnica, consolidar patrones motores y resolver problemas específicos.
No obstante, permanecer demasiado tiempo en este modo puede generar saturación cognitiva y rigidez interpretativa. Aquí es donde entra el pensamiento difuso, un modo mental más relajado, holístico y asociativo, que se activa cuando dejamos de concentrarnos de forma directa. En este estado, el cerebro establece conexiones amplias entre ideas, integra la información y encuentra soluciones creativas de manera espontánea.
Los intérpretes experimentan el pensamiento difuso cuando:
Se alejan del instrumento y visualizan mentalmente la música.
Caminan, descansan o hacen tareas no relacionadas, y de pronto comprenden cómo resolver un pasaje.
Escuchan grabaciones sin intentar analizarlas conscientemente.
Improvisan libremente sin juzgar el resultado.
Este "vaivén" entre ambos modos es fundamental. La práctica deliberada (pensamiento centrado) construye la base técnica; los periodos de desconexión (pensamiento difuso) permiten que el aprendizaje se asiente y se reorganice en la memoria a largo plazo. La neuroplasticidad necesita de ambos procesos: enfoque y descanso, esfuerzo y distensión.
Muchos músicos se frustran porque, tras horas de práctica intensa, sienten que no avanzan. Pero con frecuencia, la comprensión surge al día siguiente, después de dormir, caminar o simplemente dejar reposar el estudio. Esto no es falta de disciplina, es el cerebro haciendo su trabajo de fondo.
Algunas estrategias prácticas:
Alternar bloques de 25-30 minutos de práctica concentrada con pausas activas de 5-10 minutos.
Finalizar la sesión tocando de forma libre, sin exigencias.
Escuchar otras versiones o estilos sin intentar imitarlos inmediatamente.
Dormir bien. El sueño consolida lo practicado.
Reflexionar lejos del instrumento sobre la intención expresiva de la obra.
Como intérpretes, no solo entrenamos músculos y técnica, también cultivamos redes neuronales complejas que florecen cuando respetamos el ritmo natural de nuestra mente. Aprender a combinar el pensamiento centrado y el difuso no es perder tiempo, es multiplicar la eficacia del estudio y abrir espacio a la creatividad. Practicar no es solo insistir, también es permitir que la música madure en silencio.
Jesús Alcívar