En el mundo artístico, muchas veces tomamos decisiones guiados por dos factores: cuánto vamos a ganar y cuánta visibilidad nos dará ese escenario. Pero hay un valor que rara vez ponemos sobre la mesa: el costo emocional de cada compromiso.
Cada recital, bolo o gira implica más que tiempo. También estás entregando energía mental, salud emocional, calidad de vida, relaciones personales. Y si no lo consideramos, lo pagamos caro: con ansiedad, desgaste, o una desconexión profunda con lo que alguna vez amamos hacer.
No todo lo que se paga bien, vale la pena. No todo lo que “te da nombre” te alimenta como artista o como persona. Y no todo lo que se ve brillante desde fuera, lo es por dentro.
A veces asumimos compromisos por miedo a perder una oportunidad, por presión externa, por afrontar un reto, o por necesidad económica. Y es comprensible. Pero también es urgente empezar a preguntarnos: ¿Qué me va a aportar esto, más allá del dinero?
Hay proyectos que te vacían, incluso si pagan bien. Otros que no cubren tus gastos, pero te llenan de sentido. El equilibrio no siempre es fácil, pero es posible si priorizamos con más conciencia. Y hay proyectos que... ni una cosa ni la otra.
Este no es un llamado a decir que no a todo, sino a decidir con más cuidado. El arte no debería doler. Y si duele, que al menos sea por una elección tuya, no por una obligación silenciosa.
¿Alguna vez dijiste que sí a algo que te costó demasiado emocionalmente?
¿Qué aprendiste?
Jesús Alcívar