Hay escritos que trascienden épocas. "Elogio de la mano" de Henri Focillon es uno de ellos, y al releerlo vuelvo siempre a la misma verdad. La mano no solo ejecuta, piensa. Focillon observa sus dedos como quien contempla un órgano del pensamiento, la mano guarda una memoria que excede al cerebro, sabe medir sin regla, palpar sin ver, anticipar sin planificar.
En 1934, cuando escribe este maravilloso texto, la modernidad mecánica ya no era novel, las fábricas y la producción en serie formaban parte del paisaje; sin embargo, el autor capta con lucidez la tensión estética entre técnica y gesto. Hoy, en la era digital, esa tensión se desplaza. Ganamos velocidad y acceso, pero perdemos textura, resistencia y el accidente que abre la obra a lo imprevisible.
Hokusai mojando las patas de un gallo en pigmento o Rembrandt dejando hablar la materia son ejemplos de una alianza entre mano, error y descubrimiento que los algoritmos no reproducen (aún). La corrección automática elimina la fricción y, con ella, muchas veces, la invención. No se trata de tecnofobia sino de recordar que crear implica riesgo; la mano organiza el tacto para la experiencia y educa al espíritu tanto como lo obedece. Como músico y docente, siento que pensar con las manos, enseñar a mirar con la piel, a escuchar con los dedos, y es hoy una forma de humanizar la tecnología. Si olvidamos el gesto, reducimos la creación a simulacro; si lo preservamos, lo convertimos en una herramienta amplificadora de la imaginación.
Mientras exista alguien que moldee, que pulse, que dibuje, que acaricie, que dirija una orquesta o que toque una cuerda, la humanidad seguirá viva en el gesto. Por eso, como artista, y como habitante de este mundo cada vez más intangible, siento que "Elogio de la mano" no es solo un texto hermoso, sino una invitación a volver a tocar el pensamiento.
Jesús Alcívar