En los años 60, Umberto Eco publicó "Apocalípticos e integrados", una reflexión crítica sobre la cultura de masas. En ella, planteaba dos posturas: los apocalípticos, que ven la tecnología como una amenaza para la cultura, y los integrados, que la abrazan sin cuestionamientos.
Hoy, como músicos intérpretes, volvemos a situarnos en esa disyuntiva, pero en un contexto radicalmente distinto. La irrupción de la inteligencia artificial generativa, la realidad virtual, los sistemas de grabación accesibles desde un móvil, los conciertos en streaming, el análisis automatizado del sonido o el uso de plataformas para auto-promoción, nos obligan a posicionarnos.
- ¿Deshumaniza la tecnología la interpretación musical?
- ¿Perdemos profundidad expresiva al delegar decisiones en algoritmos?
- ¿O, por el contrario, se amplifican nuestras posibilidades creativas y comunicativas?
Desde mi experiencia, ya no se trata de elegir entre ser apocalíptico o integrado. Se trata de ser críticamente integrados. De reconocer que la tecnología no es neutra, pero tampoco enemiga. De entender que el uso consciente y ético de las herramientas digitales puede abrir caminos insospechados para quienes vivimos del arte de interpretar.
Hoy, un músico puede grabar un disco desde la comodidad de su hogar, colaborar en tiempo real con artistas en otros continentes, crear experiencias inmersivas con realidad virtual, usar IA para experimentar nuevas formas sonoras o analizar sus propias interpretaciones con herramientas que antes estaban reservadas a laboratorios de investigación. Pero también puede quedar atrapado en la lógica del algoritmo, en la dictadura del “like”, priorizando visibilidad sobre profundidad artística. El riesgo no está en la herramienta, sino en cómo la usamos y para qué.
Lo fundamental es hacernos preguntas:
¿Cómo usamos la tecnología para ampliar nuestras capacidades sin reemplazar nuestra esencia?
¿Qué papel jugamos en la curaduría ética de lo que producimos y compartimos?
¿Cómo seguimos siendo intérpretes esencialmente humanos en un mundo crecientemente automatizado?
Ser músico intérprete en 2025 es asumir que nuestra práctica artística se desarrolla en un entorno híbrido, donde el escenario puede ser físico o virtual, donde la partitura puede estar en papel o en una tablet, y donde la audiencia ya no es solo local, sino global.
El reto no es resistirse al cambio, sino liderarlo con conciencia, sensibilidad y pensamiento crítico.
Porque sí, ser intérprete hoy implica tocar, sí… pero también decidir cómo navegar este nuevo ecosistema digital sin perder el alma en el intento.
Y tú, ¿cómo lo vives? ¿Apocalíptico, integrado… o algo más complejo?
Jesús Alcívar