Todos recordamos el cuento: un niño, un rebaño, un pueblo. Pedro grita “¡el lobo!”, y el pueblo corre a socorrerlo. Pero no hay lobo. Solo una risa. Una travesura. Una broma. La segunda vez, lo mismo. La tercera, el lobo aparece. Pero nadie escucha. Y la historia termina como advertencia.
Nos lo contaron de niños como si fuera una simple lección de conducta. “No mientas, porque cuando digas la verdad, nadie te creerá”. Pero hoy, más que nunca, esta moraleja resuena con fuerza. Porque vivimos en una época donde la confianza es frágil y la verdad compite a gritos con miles de versiones.
Hoy los "Pedros" abundan. No por maldad, muchas veces por desesperación, por necesidad de atención, por el vértigo de los likes, o simplemente por no saber cómo decir algo. Se exagera, se edita, se inflama la realidad para lograr un impacto. Se publican noticias sin confirmar, se venden ideas envueltas en promesas huecas. Se grita “¡el lobo!” sin lobo.
Y así, la desconfianza crece. Nos volvemos escépticos, incluso cínicos. Dudamos de todo, incluso de lo que merece ser creído. Y el problema es que, cuando el lobo llega de verdad —porque siempre llega—, ya no queda nadie dispuesto a escuchar.
Vivimos en la era de la sobreinformación, pero no en la del discernimiento. Reaccionamos antes de verificar. Compartimos antes de entender. Juzgamos antes de preguntar. En este contexto, la moraleja del cuento no es solo un mensaje para niños. Es un grito urgente para nosotros, los "adultos".
Porque cada vez que se utiliza una mentira como atajo, se erosiona un poco más la confianza colectiva. Y la confianza, como la porcelana, una vez rota, nunca vuelve a ser igual.
No se trata de no equivocarse. Se trata de no jugar con la verdad como si fuera un recurso ilimitado. Porque no lo es. Y cuando se pierde, el daño no es sólo individual, es sistémico.
Hoy más que nunca necesitamos la honestidad. En los líderes, en las marcas, en los medios, en nosotros mismos. Necesitamos voces que no busquen solo ser escuchadas, sino que digan algo verdadero. Aunque no sea espectacular. Aunque no genere aplausos inmediatos.
La moraleja sigue viva. No ha pasado de moda. Al contrario, nunca fue tan actual.
Y tú, ¿cuántas veces gritaste “¡el lobo!” sin que hubiera uno?
Y más importante aún: ¿qué vas a hacer la próxima vez que alguien grite?
Jesús Alcívar