Cumples horarios, respondes mensajes/correos, e incluso haces reír a otros... Y sin embargo, algo pesa dentro, como si llevaras puesta una chaqueta de plomo que nadie ve. Esa sensación de arrastrar los días sin dejar de “funcionar” es lo que muchos llaman depresión funcional. No es un diagnóstico oficial (no aparece recogida en el DMS 5), pero cada vez más personas se reconocen en esa mezcla de agotamiento emocional y rendimiento intacto.
Los síntomas suelen ser similares a los de una depresión “clásica”: tristeza persistente, dificultad para disfrutar, fatiga constante, alteraciones del sueño y/o del apetito. Pero en la depresión funcional, todo eso se oculta detrás de una fachada de normalidad. La persona sigue produciendo, cuidando, rindiendo. Desde fuera parece que todo está bien. Pero por dentro, la historia es otra, hay desconexión, apatía, una voz crítica que no da tregua y una energía que se va agotando en silencio.
No hay una única causa. Puede haber antecedentes familiares, presión constante, duelos no resueltos, estrés crónico o simplemente una acumulación de pequeñas cosas. Lo que la distingue es esa contradicción entre lo que se muestra y lo que se siente. A menudo, quienes la viven solo detectan el problema cuando llega una caída física, un ataque de ansiedad o un día sin compromisos que revela el vacío que venían posponiendo.
¿Por qué nombrarla importa?
Seguir cumpliendo no significa estar bien. Ignorar el malestar puede llevar a consecuencias graves, como: agotamiento extremo, insomnio crónico, problemas en relaciones (vínculos de cualquier tipo) e incluso pensamientos suicidas que pasan desapercibidos. Reconocer lo que pasa es el primer paso para buscar apoyo, ya sea en terapia, en medicación si se necesita, o en conversaciones honestas con personas de confianza. También ayuda soltar la idea de que solo valemos por lo que hacemos.
La depresión funcional no es menos seria que otras formas, es tal vez más silenciosa. Ponerle nombre no es etiquetarse, es abrir una puerta para cuidarse. Porque NO estamos solos, y no hay que esperar a tocar fondo para pedir ayuda.
Jesús Alcívar