En su icónico discurso "Teoría y juego del duende", Lorca desvela una dimensión esencial del arte que trasciende la técnica, la belleza o incluso la inspiración. El duende es un concepto profundo e inasible, que se manifiesta como una fuerza inexplicable y poderosa que atraviesa al artista y lo transforma en un canal para lo más primigenio y humano. No es inspiración, no es talento aprendido; es algo más profundo, una vibración que surge desde las entrañas y se instala en la obra para conmover a quien la experimenta.
Lorca define el duende como algo desemejante a la musa o al ángel, entidades que representan lo sublime y lo idealizado. No es algo que pueda ser controlado ni domesticado; aparece sin aviso y desaparece igual de rápido. Es esa chispa que convierte una obra de arte en algo vibrante, cargado de vida y emociones intensas.
En el arte, el duende se revela cuando hay una conexión visceral con la muerte, la pasión y lo desconocido. Lorca lo ejemplifica con el flamenco, donde los cantaores encarnan toda la tragedia y la alegría de la existencia. Esa capacidad de transmitir lo que está más allá de las palabras es precisamente lo que distingue al arte dotado de duende . No se trata de perfección técnica, sino de autenticidad y entrega total.
Para el artista, tener duende implica enfrentarse a sus propios demonios interiores. Es un acto de valentía, ya que exige desnudar el alma ante los demás. El duende nunca viene acompañado de comodidad. Al contrario, es una fuerza incómoda, casi violenta, que rompe las barreras de lo superficial y nos confronta con nuestra vulnerabilidad. En ese sentido, el duende es también un recordatorio constante de la fragilidad de la vida y del arte.
Lorca también resalta cómo el duende no respeta fronteras culturales ni estéticas. Puede manifestarse tanto en la pintura de Goya como en la poesía de Baudelaire, siempre que haya una profundidad emocional que conecte directamente con lo universal. Lo importante no es el medio ni la forma, sino la intensidad con la que el artista logra capturar y transmitir esa energía embriagadora.
Sin embargo, el duende no es algo que pueda ser forzado o fabricado. Es impredecible y caprichoso. A veces, incluso los artistas más talentosos pueden pasar por momentos en los que pareciera que el duende les ha abandonado. Pero esto no debe ser motivo de frustración, sino de reflexión. El duende no es una garantía, sino un regalo ocasional que premia la sinceridad y la pasión del artista.
Tener duende es mucho más que poseer habilidad técnica o creatividad. Es estar dispuesto a abrirse completamente a la experiencia humana en todas sus facetas, incluso las más difíciles. Es aceptar que el arte verdadero no siempre es bello o cómodo, pero sí impactante y significativo. Como bien dijo Lorca, "el duende no sube cuando se quiere; sube cuando quiere". Y cuando lo hace, transforma cualquier obra en algo eterno y memorable.
Jesús Alcívar