La música no se ve. No se toca como se toca la piedra, ni se atrapa como se coge un objeto. La música acontece. Es presencia fugaz que irrumpe, vibra, se esfuma… y deja huella. Desde la fenomenología —esa filosofía que indaga no en lo que es el mundo, sino en cómo aparece ante nosotros— la música se revela como una experiencia pura, radicalmente viva.
No se trata de notas escritas en un pentagrama, ni del virtuosismo técnico, ni siquiera del estilo o género. La fenomenología de la música prescinde de toda mediación externa para centrarse en la vivencia inmediata. Lo que sucede cuando un sonido nos alcanza y se convierte en fenómeno dentro de nuestra conciencia. Escuchar música, en este sentido, no es una actividad pasiva, sino un acto de atención plena, una comunión con lo invisible.
Cuando escuchamos, no solo percibimos sonidos; percibimos el emerger de esos sonidos. Un acorde no es solo una suma de notas y frecuencias, es una tensión suspendida en el aire, un gesto que se ofrece. Un silencio no es ausencia, sino pausa cargada de expectativa, preludio de algo que podría ser. Cada nota nace, respira y muere en el tiempo; no puede repetirse sin ser otra, porque nosotros también somos otros en cada escucha. La música vive en ese encuentro irrepetible entre el sonido y el oyente.
La conciencia musical no es una simple recepción, es un espacio en el que el sonido cobra forma y sentido. Es en nosotros donde la música se vuelve emoción, memoria e imagen. Somos co-creadores del fenómeno. Un mismo fragmento puede conmover o dejar indiferente, dependiendo de quién lo escuche, cómo, y cuándo. La fenomenología no busca explicar ese misterio, lo celebra.
¿Y qué sucede cuando dejamos de analizar la música como objeto —como ente/objeto/producto/— y la sentimos como experiencia? Nos reencontramos con su dimensión más humana. Entendemos que escuchar no es solo oír, sino abrirse. Que hay música en el rumor del viento, en el crujir de una silla, en el ir y venir de las olas del mar, en la respiración de alguien que estimamos... Que el sonido no nos rodea, nos habita.
La fenomenología de la música nos invita, en última instancia, a afinar no el oído, sino la presencia. A dejarnos atravesar. A ser el instante en el que la música aparece. Porque no solo escuchamos música, residimos en ella. Como lo planteaba el gran Celibidache; la fenomenología musical constituye un camino para trascender más allá de la interpretación superficial y llegar a una comprensión profunda de la música, conectando con su esencia a través de la experiencia directa y la conciencia plena de sus elementos constitutivos.
Jesús Alcívar