Improvisar música es más que crear en el momento. Es una forma de estar presente, de escuchar(se), de conectar con algo más profundo. Para mí, la improvisación ha sido un puente hacia el autoconocimiento.
En Free Play, Stephen Nachmanovitch dice algo que me marcó:
“La creación espontánea surge de lo más profundo de nuestro ser… Lo que tenemos que expresar ya está en nosotros, -es nosotros-.”
Eso cambia por completo la idea de "crear desde cero". No se trata de forzar la inspiración, sino de desbloquear los obstáculos que impiden que fluya desde lo que ya somos. En la improvisación no hay un plan estricto ni una ruta fija. Hay apertura. Hay riesgo. Hay juego. Y como él explica, el juego —lîla, en sánscrito— es a la vez sagrado y ligero: es el arte de vivir y crear en libertad.
Improvisar es permitir que emerja lo auténtico. Y eso puede ser aterrador… pero también profundamente liberador. Porque:
- Nos saca del perfeccionismo.
- Nos invita a confiar en nuestra intuición.
- Nos enseña a fallar y seguir, a crear sin garantías.
- Nos recuerda que la creatividad es un proceso espiritual y humano, no solo técnico o profesional.
Nachmanovitch lo resume con brillantez:
“El proceso creativo es un camino espiritual. Esta aventura es sobre nosotros, sobre lo profundo del yo… sobre la originalidad, no en el sentido de lo plenamente nuevo, sino de lo íntegro y singular que hay en nosotros mismos.”
Improvisar, entonces, es una forma de decirnos la verdad.
Y no hay que ser músico para experimentarlo: basta con darse el permiso de jugar con el sonido, con la voz, con el cuerpo, con la presencia. Improvisar es practicar el desapego, soltar el control, escuchar lo que emerge y —con suerte— reconocerse en ello.
Tal vez por eso la improvisación conmueve tanto: porque es vulnerable, cruda, e impredecible. Porque no busca impresionar, sino expresar. Porque no pretende controlar el resultado, sino honrar el proceso.
En un mundo lleno de máscaras, improvisar nos devuelve la posibilidad de habitar nuestra voz auténtica.
No para mostrarla, sino para habitarla.
¿Te has permitido alguna vez improvisar —en la música o en la vida— como una práctica de presencia y autodescubrimiento?
Me encantaría leerte.
Jesús Alcívar