La práctica instrumental suele concebirse como un proceso objetivo y neutral. Sin embargo, la psicología cognitiva demuestra que nuestras percepciones están lejos de ser ecuánimes. Los músicos intérpretes, en su estudio diario, están expuestos a distintos sesgos cognitivos que influyen en cómo escuchan, evalúan y deciden.
Comprenderlos no solo permite una práctica más eficiente, sino también una relación más saludable con el instrumento y con uno mismo.
Sesgo de confirmación: los músicos intérpretes tienden a fijarse en los aspectos que refuerzan sus creencias previas. Al escucharse, es común atender más a los pasajes que suenan bien que a los fragmentos problemáticos, retrasando la corrección de patrones defectuosos. Este sesgo, descrito en la psicología desde los años sesenta, explica por qué la autoevaluación suele estar sesgada hacia la complacencia.
Efecto Dunning-Kruger: en etapas iniciales de formación, algunos músicos sobreestiman sus capacidades técnicas, mientras que intérpretes avanzados tienden a subvalorarlas. Este fenómeno, ampliamente estudiado, provoca dos extremos: la falsa seguridad que conduce a descuidar detalles y la inseguridad paralizante que genera frustración y ansiedad escénica.
Sesgo de negatividad: la mente otorga más peso a los errores que a los aciertos. Tras una sesión de estudio, un fallo puntual puede eclipsar progresos significativos. Este filtro mental, adaptativo en otros contextos, alimenta en los músicos una autoexigencia desmedida que deteriora la motivación y la confianza en el escenario.
Sesgo de disponibilidad: los errores recientes o impactantes son recordados con más fuerza que los aciertos. Así, un fallo en un concierto puede instalarse como referencia desproporcionada y condicionar la confianza en actuaciones posteriores.
Ilusión de control: muchos intérpretes creen poder dominar variables externas como la acústica, la reacción del público o el estado del instrumento. Cuando estas condiciones no responden a las expectativas, la frustración desplaza el foco de lo esencial: el grado real de preparación.
Sesgo de hábito/familiaridad: los músicos suelen repetir rutinas de estudio cómodas, aunque no siempre efectivas. Este automatismo refuerza la sensación de control pero limita la exploración de nuevas técnicas y estrategias de aprendizaje.
Efecto halo: la admiración hacia pedagogos o intérpretes de referencia puede llevar a adoptar sus métodos de forma acrítica, sin valorar si se ajustan a las necesidades individuales.
Estrategias como la grabación sistemática, la escritura de diarios de práctica o la retroalimentación externa funcionan como contrapesos que devuelven objetividad al proceso. Cultivar esta conciencia metacognitiva no solo optimiza el estudio, sino que contribuye a una experiencia interpretativa más plena, libre de las trampas mentales que limitan el potencial del músico.
Jesús Alcívar